Mar De Sombras -Libro 2
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Libro 2 de trilogía “Mar de sombras”
El apuesto y afamado duque Lubomirski en su intento desesperado por encontrar a la única persona que le queda en el mundo: su pequeña hermana, se lanza a una tierra invadida por los nazis, donde ni su estatus social ni fama lo salvarán del lado más cruel de la humanidad, el cual conocerá a través de la obsesión de un alemán que le mostrará la forma más obscura del amor y que lo sumergirá en un mar de sombras del cual le será difícil liberarse…
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Description
Capítulo uno
El velo de la noche se extiende a lo largo y ancho del campo, atrapando entre su
obscuridad cada objeto y ser viviente que intenta escapar de su presencia. Es preferible no ver el
firmamento que te acuchilla con sus cientos de ojos penetrantes, como una jauría de lobos viendo
a su presa, mientras la sonrisa perlada del astro muestra regocijo ante el espectáculo.
Un centelleo agrieta la obscuridad, seguido por un estruendo que hace temblar a la tierra
misma, anunciando la llegada de una noche más fría y perversa. Todos agilizan el paso, menos
Dominik, quien mantiene su mirada fija en el rótulo que resplandece con cada descarga eléctrica.
—Arbeit macht frei… El trabajo te hará libre —susurra el Rubio, al leer la inscripción del
rótulo de ingreso al campo de concentración de Auschwitz, el cual está cubierto por una densa
neblina que le da un aspecto macabro.
Pareciera la entrada al inframundo, en especial cuando se escuchan gemidos de dolor,
sollozos ahogados y disparos que intentan ser apagados por la música de fondo de marchas que
transmiten todo el día por medio de megáfonos, con el fin de destruir la voluntad de resistencia y
sembrar el terror cotidiano en los prisioneros.
Dominik, el Rubio, levanta la pesada carga de ladrillos que pone sobre su espalda al
hundir su mirada en las tinieblas de la noche.
—Chodź, nie przestawaj… Camina ¡no te detengas! —dice un joven judío de nariz
pronunciada quien camina tras él, llevando una carga similar sobre sus hombros.
Ambos están dentro de una amplia fila de judíos que avanzan hacia una bodega, cargando
los ladrillos que se vuelven cada vez más pesados por la intensa lluvia que los abate sin cesar.
Algunos, al no soportar el peso, dejan caer la carga, mientras otros se resbalan inevitablemente
por el suelo lodoso en el que transitan y reciben, de inmediato, los golpes de los oficiales que los
vigilan.
Quienes logran llegar, descargan el material y vuelven al lugar de acopio, llevan ya varias
horas en lo mismo. Sus pasos son largos y pesados, sobre todo al sentir la fría lluvia que les cala
hasta los huesos. Cubren tras una máscara de indiferencia el dolor que se hace más agudo, ya
que no pueden mostrar la más mínima debilidad frente a los alemanes.
—No soporto el dolor de espalda… —susurra el judío al colocar los ladrillos en su caja.
Dominik suspira, indicándole con un ademán que deben apresurarse, ya que los ojos inquisidores
de los oficiales están sobre ellos.
—Lo sé, Abel. Pronto terminaremos y podremos reunirnos con los otros chicos, aunque
contaremos con muy poco tiempo —murmura al caminar tras su amigo.
—Stille!… ¡Silencio! —grita un alemán al escucharlos, acercándose de forma
amenazante.
El grito asusta a Abel, quien se resbala sobre Dominik, haciendo que ambos caigan sobre
el fango. Con suma dificultad se incorporan y recogen con rapidez el material. Escuchan los
gritos de los oficiales que extienden sus látigos para golpearlos. Uno de los azotes alcanza el
rostro del Rubio, produciéndole una fina cortada sobre la parte superior de su frente. Este protege
su rostro con el brazo, el cual recibe el resto de los latigazos. Terminan de recoger el material y,
al ponerse de pie, el estruendo de la lluvia se vuelve más intenso. Es imposible continuar en esas
condiciones, apenas si tienen visibilidad y el fango que se hace más profundo, impide continuar
con la marcha, por lo que los oficiales deciden detener los trabajos y ordenan a todos regresar a
las galeras donde están los dormitorios.
Después de dejar el material, los dos amigos atraviesan con suma precaución la calle,
aprovechando para perderse entre la multitud que se dirige hacia las galeras.
—¿Estás bien? —pregunta Abel al ver cómo su amigo sostiene su herida.
—Sí, no pasa nada. Apresurémonos, ponte atrás de mí, que es más fácil distinguir tu
uniforme que el mío —le indica al atravesar una de las calles que los lleva hacia una pequeña
galera abandonada.
El Rubio es el único que no viste un uniforme a rayas, pues el uniforme del personal de la
residencia es gris. Logran llegar con éxito a la galera, asegurándose antes de entrar que nadie les
sigue. Al ingresar, encuentran a sus otros dos amigos esperándoles; Gerardo y Camilo, quienes
salen a su encuentro.
—Parece que a ti también te ha ido mal hoy… no deberías tocarte la herida con las manos
sucias, podrías contaminarla.
—Tienes razón. La veré cuando regrese a la residencia —dice con resignación al
estrechar sus manos.
—Esto es lo que nos toca vivir todos los días, tienes suerte de trabajar en la residencia.
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